sábado, 23 de agosto de 2014

LUCIÉRNAGA Y MORADA - griFOLL


Estaba sin estar, de paseo por el mundo de los helados, probando colores, a qué sabe el frio cuando no lo es y dando otras vueltas sin pasar por la cabeza, alegre como una rueda. Estaba entre soles de leche amarilla, camisa de luciérnaga y morada de estrellas por las callejas. Andaba sin pies, sin suelo, andaba por la palma de tejas sonámbulas que corta la brisa a los con-techo. Hacia medallones con ratos de nada, cristales de granizo dislocados con niebla, largos caracoles de goma arábiga danzando la miel oscura de frutos astronómicos que hundía en su iris, esos dos huecos suspendidos en el vértigo definitivo, turbaba las turbias cubas de agua seca que millones de gemidos reclamaban, se derramaba, estaba, era, hacia medallones que eran ríos y los andaba sin pies, y los andaba por dentro, sobre las últimas sombras salvajes  que recogía entre ramas.
Estaba que se había ido, venido, vuelto, encontrado, volando, volando estaba y era mi vuelo, yo también estaba, yo también volaba, de paseo por el mundo de los helados que se deshelaban mientras nos comíamos los besos, y los de fresa se ponían rojos de envidia, y los de envidia se habían acabado, y el nuestro era de todos los sabores que se nos ocurrían: sabor de tormenta de verano con melocotón hasta el mar, sabor de rocío sobre guitarra acústica nota loca y demás.
Estaba que estábamos, habían cerrado el infierno, eran tiempos sin tiempo, del mañana, eternos por haber sido sin pensarlo una vez: sido, sido de siempre porque nunca se sabe si para siempre ni se sabrá después ya que rompimos la muerte y siempre cabe la próxima vez, y por estadísticas infinitas da que sí. Y por estas físicas distintas, también.
Sin estar, como ahora estamos, jugando sin vernos a vernos y viceversa, viendo a jugar como nos mirábamos, mirando cómo nos veíamos jugando a juntar las miradas, haciendo el espejo, rompiendo mentiras, amándonos lejos, aquí, de esta parte del amor que lo es cuando ya no se va; no deshiela en los extremos del azar, y tienen de cereza con ron de brujas y risas de niños equilibristas sin aditivos en el del norte y en el cucurucho sur los hay de cantos de ranitas nocturnas con café con cafeína de la paz. Después podríamos, si te apetece, hacer lo que te apetezca, cuando ya no me equivoque, cuando termine la primera vez, después del intermedio, salir a cazar palabras estridentes para asustar a los vecinos o correr hacia los precipicios a ver cómo están los dinosaurios del mañana en sus butacas de agua y flotarnos los pesos, no anclarnos, perdernos en el encuentro de ya sabernos nunca desencontrados, y amarnos como bueyes, porque los bueyes abrigan y pueden ir adonde se les antoje, y los hay que viven en los océanos y han visto que desde ahí no lo ven del revés: el cielo es saltar. ¿Te apetecería que lloviéramos juntos y lloviéramos tanto que limpiáramos el mundo? A mí mucho.

griFOLL

23.08.14

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